Comentario
Cuando terminaba el invierno de 1941-42, que tantos desastres había deparado a las tropas nazis, Hitler disponía de un ejército de casi cuatro millones de hombres (un 20 por 100 eran tropas aliadas) con no menos de 10.000 cañones de campaña, 4.000 tanques y un número similar de aviones (1).
El Führer parecía haber escarmentado de sus errores de la campaña anterior y, en vez de lanzarse en busca de varios objetivos a la vez, centró sus miras en un sólo y grandioso proyecto: tomar el Cáucaso.
Con ello, anularía un alto porcentaje de la capacidad industrial soviética, privaría a Stalin de los importantes recursos agrícolas, minerales y humanos de la región y obtendría petróleo para el III Reich, terminando con la angustiosa penuria alemana de combustible. Con el Cáucaso en sus manos amenazaría la retaguardia del imperio británico y sus fuentes de combustible y, muy probablemente, atraería a Turquía al campo bélico del Eje.
Un grandioso sueño al que se opondría el ejército soviético, con unos cinco millones de hombres, 30.000 cañones, 6.000 tanques y unos 10.000 aviones. Frente a esta ventaja, Alemania era superior en la concepción de la guerra de movimientos y en la calidad de su aviación (2) a lo que hay que añadir la concentración de tropas soviéticas para la defensa de Moscú, mientras Hitler había congregado casi la mitad de sus efectivos en el frente sur, escenario de su gran mazazo.
Entre el final de la primavera y el verano de 1942 se produjo un rosario de victorias germanas que pusieron a la URSS al borde del K.O. Bajo la sombra de la esvástica cayeron Kerch, Jarkov, Sebastopol, Oskol, Voronetz, Rostov.
Moscú perdía cientos de miles de kilómetros cuadrados y cerca de 800.000 hombres (cuando se habla de bajas en general, se entiende muertos, heridos, desaparecidos y prisionero) 2.000 tanques, 4.000 cañones y más de 1.000 aviones. Dos ejércitos soviéticos estaban bajo la amenaza de cerco en la curva del Don y Stalingrado quedaba al alcance de los nazis. El Cáucaso parecía presa segura.
Pero en ese momento Hitler, contra la opinión de sus generales, volvió a cometer el mismo error que un año antes, dividir sus fuerzas: la toma o destrucción de Stalingrado se convirtió en operación tan prioritaria como la ocupación del Cáucaso. Sus ejércitos del sur (73 divisiones alemanas y 26 de los países aliados) (3) fueron divididos en "A" y "B". El primero, debería apoderarse del Cáucaso, el segundo, tomaría Stalingrado, formaría un frente Don-Volga y, posteriormente, descendería el curso del Volga hasta Astrakán.
Hitler no supo advertir que sus fuerzas se desperdigarían por un frente de más de 2.000 kilómetros, perdiendo penetración y haciendo muy difícil su abastecimiento. Estaba convencido de que la URSS agonizaba.
Según el general Halder, jefe del Estado Mayor alemán -que pronto tendría que dimitir-, cuando alguien dijo en presencia de Hitler que Stalin estaba reponiendo rápidamente sus ejércitos perdidos y que sus fábricas contenían 600 tanques al mes, el Führer estalló colérico: "Eso es imposible, ¡deje usted de decir imbecilidades!"
Pero los problemas comenzarían pronto. Los ejércitos "B" debieron ceder el grueso de sus fuerzas acorazadas (IV Ejército blindado, general Hoth) al grupo "A" . La consecuencia inmediata es que fueron frenados en el Don, permitiendo el ordenado repliegue de dos ejércitos soviéticos hacia Stalingrado, que comenzó a disponer su defensa. Esto, como se verá, resultó nefasto para los planes de Berlín.
Hacia el Cáucaso, sin embargo, progresaron los alemanes con gran rapidez y tan fácil le pareció a Hitler aquella empresa que el 30 de julio volvió a cambiar de planes. Stalingrado debía ser tomada a toda costa porque Stalin no abandonaría la ciudad que llevaba su nombre. Allí la Wehrmacht destrozaría el grueso de las tropas que aún quedaban a la URSS. En consecuencia, ordenó que Hoth volviera con sus tanques al grupo del ejército " B", mimados en adelante por la logística alemana.
Entretanto el grupo "A", falto de carburante y de todo tipo de abastecimientos, avanzaba lentamente (4). El jefe del I Ejército blindado, general Kleist, decía en septiembre: "Ante nosotros, ningún ruso; a nuestras espaldas, ningún suministro". Fue tal la carencia de combustible que hasta los camiones cisterna quedaron paralizados, con lo que el carburante debía transportarse en avión o ¡a lomos de camello!
Con todo, guinda en la tarta de Hitler, el 21 de agosto era colocada la bandera nazi en la cima del monte Elbrus, 5.633 metros, cumbre de la cordillera del Cáucaso. En adelante, sus progresos serían poco significativos y no conseguirían tomar el Cáucaso; sus tropas resultaron pocas para romper un frente de más de 1.000 kilómetros (5).
La escasa resistencia soviética fue creciendo poco a poco a favor de las dificultades naturales, de las líneas defensivas preparadas (6) y del progresivo debilitamiento del ejército alemán que, además de los problemas reseñados, hubo de ceder unidades para el asalto a Stalingrado y buena parte de sus antiaéreos.
Más aún, aunque los ejércitos "A" consiguieron ocupar algunos campos petrolíferos, no lograron aprovecharse de ellos, pues antes de abandonarlos, los ingenieros soviéticos los inutilizaron a fondo. Los de Maikop, por ejemplo, no volvieron a producir hasta 1948.